¿El sueño es realidad o la realidad es un sueño?
Habiendo reflexionado al respecto, seguí durmiendo.
Una pantalla totalmente negra invadió mis pensamientos. No estaba segura si me había quedado ciega o si un manto negro había decidido cubrir cada recoveco de mi memoria. Los recuerdos – si es que se llamaban así – habían sido formateados, a excepción de algunos que se vislumbraban en mi mente como espejos rotos desfilando en un museo de cosas perdidas.
La desesperación era tal que comencé a mover todo el cuerpo agitadamente, como esperando que mis memorias reaccionen, que se despierten, o que caigan copiosamente de algún lugar remoto a donde habrían ido a parar.
Sin embargo, el cuerpo lentamente me dejó de funcionar, y aquellas maniobras exageradas realizadas con el fin de llenar el espacio vacío que representaba mi cabeza, no pudieron ser más posibles. Mi mente no sólo había olvidado anécdotas antiguas, historias del pasado, sino que también se esforzaba por olvidar el aquí y ahora. Ante tal situación, me volví vulnerable. Cualquier intento de ser la operadora de mi propio ser, se tornaría inútil.
Decidí esperar. No obstante, cuando lo hacía borraba lo que pretendía hacer de la caja vacía que alguna vez había sido contenedora de pensamientos. Seguí esperandoo; nada nuevo. Pasó el tiempo; o eso creía. Ya me había olvidado lo que era el teipmo.
Sumida en el espacio, comencé a nadar en el horizonte de la nada; no tenía punto de referencia, el vacío era mi medio. No tenía a nadie cerca de mí. Seguí explorando esa tela negra que parecía no tener fin; su horizonte se trazaba cada vez más lejano a medida que avanzaba (o al menos eso creía que estaba haciendo). A pesar de estar convencida de estar habitando un eterno pasillo, nubarrones negros comenzaron a aparecer.
¿El cielo oscuro se estaría despejando? ¿Estaría presenciando la metamorfosis de ese cielo? Momentos después, los nubarrones trazaban caminos en espiral, modificando su forma, mostrando las más diversas ecuaciones geométricas emitiendo imágenes irregulares; hacían carreras de un lado a otro, confundiéndose en uno sólo, para después separarse y dibujar las más caleidoscópicas representaciones de sí mismas.
Quise tocar uno de los puntos negros difusos, que cada vez se separaban más para dar lugar a espacios blancos. Estaba acercando mi dedo lentamente a una mancha negra que tenía la apariencia de una ficha del juego de las damas, cuando una corriente de aire comenzó a arrastrarme. En apenas instantes, me vi sumergida en un túnel transitando a una velocidad irrefrenable, sin saber adónde estaba siendo conducida. Cerré los ojos para evitar esa sensación vertiginosa que se estaba apoderando de mis sentidos.
Abrí los ojos, pero mi vista estaba nublada. Ahora estaba quieta, apoyada sobre una superficie calentita, pero arrugada. Cerré los ojos y los abrí de vuelta, para ver más claramente. El túnel negro había desparecido. Miré alrededor para jactarme de alguna señal que me indicara la existencia de nubarrones negros. NADA. En lugar de ello, vi caras que me miraban. Eran tres: Una mujer, acostada, observándome sonriente y con ternura, cuya mirada traslucía un afecto incomparable; al mirarnos nos entendíamos, como si nos conociéramos de toda la vida. A su lado, un hombre de aspecto jovial, ojos claros y barba candado, alternaba besos a la mujer con morisquetas dirigidas a mí, cargadas de dulzura. El último personaje de la escena también era un hombre, pero este, a diferencia del otro, ofrecía una imagen de extrañeza. Su cuerpo estaba cubierto por una tela celeste, su boca estaba tapada por una especie de red blanca, sujetada por dos elásticos blancos que pasaban por detrás de sus orejas, y su pelo estaba abrigado por una tela celeste similar a la que protegía su cuerpo. Una de sus manos contenía una herramienta sofisticada, difícil de describir, y la otra me sujetaba a mí. No sabía exactamente por qué, pero yo sentía que debía agradecerle. A pesar de querer hacerlo no pude, ya que me trasladó tapada en una suave toalla blanca hacia donde se encontraba acostada la mujer.
Cruzamos miradas. Mi imagen se reflejó en sus ojos. Quise hablarle, pero una pantalla negra volvió a cubrir mi mente.
María se despertó. Había dejado de soñar.