Pasaron diez años de la muerte de Marina. Guillermo se encuentra desesperado ante la noticia de que el asesino de su mujer habría quedado en libertad por un ¡tecnicismo!
Prende un cigarrillo. Las pitadas no le alcanzan; no logra evaporar los nervios que se apoderan de su cuerpo. Camina de un lado a otro de la habitación que alguna vez había compartido con el amor de su vida.
No hay calma… Recurre al whisky; con manos temblorosas apenas logra servirse un vaso.
Pasan las horas y aún no se tranquiliza. A pesar de los sucesivos intentos, Guillermo no puede escapar de la imagen que atormenta su mente: Hernández libre, caminando por las calles porteñas, quizás las mismas que él transitaría.
Estalla. Esto es demasiado. Tiene la vista nublada, producto del alcohol ingerido. Intenta pararse de la silla no tan cómoda que lo contenía. Le cuesta; debe recurrir a una columna para no caerse. Debe arribar al teléfono para hablar con su amigo incondicional, quien ofrecería sin duda una vía de escape a su aquejada cabeza.
El sufrido se frota los ojos para observar claramente los números del teléfono ubicado delante de él. Logra comunicarse. Cita a Diego a las hs. en el bar de siempre, asumiendo que los únicos clientes serían ellos, y que Horacio les prepararía un café chico a cada uno; como era usual.
hs.: se encuentran. Guillermo no suele mostrar afecto, pero esta vez abraza a su amigo casi por impulso. Abren la puerta del bar que solía ser solitario. Esta vez la multitud los marea; divisan una mesa en la sombra de un rincón; no dudan en ocuparla.
Guillermo se desploma, es protagonista de confusión, bronca, cansancio, ganas de gritar. Diego lo consuela; sabe que de la justicia argentina no se puede esperar mucho; ¿qué haga las cosas bien?, olvidate.
Horacio saluda a los muchachos y se compromete a llevarles el habitual pedido.
"En Horacio se puede confiar, los pedidos que se le hacen se concretan… ¿por qué no hay más dirigentes como Horacio?", piensa Guillermo mientras se moviliza hacia al baño.
Parálisis. Cara pálida. Falta de aire. El viudo no sabe qué hacer.
"¡Es él!", exclama para sus adentros. No quiere hacer un escándalo porque de nada le va a servir. Se olvida de sus necesidades fisiológicas y vuelve con su amigo. Le falta el aliento, le escupe a Diego que ese asesino hijo de puta está en el barcito al cual va a tomar café hace tantos años.
hs.: el autor del crimen que le cambió la vida a Guillermo sigue ahí, sin una gota de culpabilidad; riéndose con una rubia a la que seguramente también agotará sueños, proyectos, deseos.
hs.: Guillermo y Diego siguen debatiendo cómo hacer para vengarse, o al menos expulsar la rabia de adentro del pecho. ¿Perseguirlo, matarlo, golpearlo con todas sus fuerzas? ¿Conseguiría de esa manera librarse del dolor que lo oprimía?
hs.: Guillermo no es conciente de lo que está a punto de hacer. Aprovecha esa inconciencia. Agarra una botella de vidrio. Amenaza a Hernández con pegarle. Todavía un poco mareado, no logra golpear ninguna parte de su cuerpo. Deja caer la botella para empezar a pegarle con sus propios puños. No sabe cuántas veces envió sus manos al cuerpo del criminal, pero tiene la certeza de haberle hecho daño. Agarran a Guillermo por atrás. Toma conciencia: es la policía, que empuja con fuerza para separarlo de Hernández y así resguardarlo de la violencia.
¿Hernández, yo? Lo que me falta. Lo único que sé es que un loquito empezó a amenazarme y a pegarme. ¿Qué le pasa a la gente? Yo sólo fui ir a tomar un café con mi hija simplemente para hablar, para distendernos. La sociedad está cada vez más envalentonada, más caótica; los individuos agraden sin razón.
Después me enteré que el loco que me atacó de la manera más violenta se llamaba Guillermo, que estaba acompañado por su amigo Diego y que a su esposa la había matado un tal Hernández.
Esta nota no es para asustarlos, es simplemente para advertir a ustedes, ciudadanos, que circulen con precaución, porque hay cada vez más paranoia, más gente que necesita terapia, pero los psicólogos no dan a basto ante tal panorama de locura.
Esta es mi historia de la semana, espero que no se les repita.
Santiago Parulo, periodista.
Radio “De Pelos”, sección “historias semanales”, conducida por Santiago Parulo.
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