viernes, 17 de diciembre de 2010

SINFÍN

Un cielo naranja cubrió la tarde rutinaria del pequeño poblado ubicado en la ciudad de Peña. Las pintadas naranjas lograban modificar el clima reinante de tal manera que la nostalgia y la sonrisa espontánea relucían en la gente a medida que contemplaban semejante belleza natural.
Julio, sin embargo, no lograba ser preso de esa sensación; su imaginación rodaba cual rollo de película debido a que sus ojos no eran capaces de observar la realidad. Sus vitrinas al mundo eran sólo persianas que no le permitían objetivar la creatividad presente en formas, objetos, colores.
La vida de Julio, no obstante, no era digna de llanto, de pena; por el contrario: su ambición por sentir, por vivir intensamente en ese mundo – cegado- lo llenaba de aquello que el ojo no podía ver; su ser estaba fortalecido por la música, por la comida casera, por el saber, por la cultura, por los placeres más mundanos y a la vez más extravagantes.
Su alma pertenecía a una mujer de fuertes rasgos, de una personalidad sin fronteras, de una persona que componía melodías con cada movimiento: Isabel. De origen italiano, no podía eludir sus racíes; el idioma de su ancestral país resonaba en su conciencia y se transmitía a través de las partituras que emanaban de su caja toráxica.
Isabel era el bastón de Julio, así como Julio era el andador de Isabel. Se requerían el uno al otro, pero además se amaban. Existía una armonía especial en aquel cuerpo de grandes dimensiones que portaba la italiana. “La perfección no es un don diminuto”, solía pensar Julio.
En el interior de Isabel residía la más hermosa música; esta parecía hacer presión en su pecho desesperaba por salir y hacer bailar la imaginación desorbitada de Julio.
Por las noches, los amantes se juntaban en el precario comedor de la casa en la que habitaban, en donde Isabel cantaba como siempre en su idioma nativo y su acompañante se acomodaba en una de esas sillas de mimbre que se balancean desde atrás hacia delante.
Noche tras noche, Julio se embarcaba hacia lo más remotos lugares acaparando para sí la melodiosa voz de la mujer que lo acompañaba.
Fue un jueves del mes de abril que Isabel no pudo seguir cantando. Algo había pasado, algo había visto; algo tan terrible que no la dejaba hablar siquiera.
Para Julio era imposible visualizar lo terreno, no podía saber qué era lo que había privado a su musa de su musicalidad. Los brazaletes que rodeaban el brazo de Isabel renunciaron a la melodía alegre que las caracterizaba. Su vivaz sonoridad fue reemplazada por un penetrante silencio. Las vueltas por todos los continentes fueron abandonadas: no retornaron nunca los viajes al pico del Everest, a las selvas del Amazonas, a las calles pintorescas de Venecia; no más visitas al Louvre, a la torre Eiffel; se habían acabado las escapadas a Vietnam, las charlas con los Samurai, las sumergidas en los mares de las playas costeras de Sidney.
La ambición de Julio por el conocimiento general había aumentado su imaginación de tal manera que sus deseos eran incontenibles. Lamentablemente, Isabel ya no emitía nota alguna. La música ya no era escuchada en esa casa avejentada en la cual fueron tejidas las fantasías más interminables.
Isabel había sido testigo de algún hecho atroz, temible, que Julio siempre imaginará, pero que nunca podrá entender; porque en su mente anidan fantasmas del pasado, ilusiones del futuro, pero siempre enjauladas en una mente que nunca vio nada; ni siquiera a su una vez amada Isabel.
Ya surgirá un nuevo amor, una nueva inspiración para que sus sueños sigan alimentando a otros, que nosotros nunca entenderemos, ni siquiera la una vez amada Isabel. 

viernes, 10 de diciembre de 2010

Por cada gota un impulso.
Por cada gota una reflexión.
Por cada gota un suspiro,
Una lágrima,
Una sonrisa.

Por cada impulso una gota más fuerte.
Por cada reflexión una gota más suave.
Por cada suspiro, lágrima, sonrisa,
Una gota que baila en el aire.

Se suceden gotas cual corcheas.
Se suceden gotas cual semifusas.
Las notas musicales transitan
por entre las voces.

Partituras de agua se deslizan
Entre la gente que transita
Al son del compás de la lluvia.

La lluvia cae.
Y con ella cae lo olvidado.
La resaca del recuerdo.
Lo mas subterráneo del pasado.

Se hace presente la memoria.
La memoria obliga a recomponer fragmentos del tiempo.
Los hilos enredados.
Que alguna vez fueron
Componentes ensamblados.

El mosaico de sensaciones
Se hace patente en las miradas.
Las miradas se encuentran.
Se construye una cápsula.
Que encierra tiempos y fragmentos olvidados.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Ethel - última parte


¡Oh, dioses de la noche!
¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen, de la melancolía y del suicidio!
¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas, de los murciélagos, de las cucarachas!
¡Oh, violentos, inescrutables dioses del sueño y de la muerte!
Se encienden las luces; amarillentas. Ambientan el cuarto de modo sombrío, imprimen un tono sepia en la escena. Hay una mecedora, una mesita de luz con un mantel tejido a crochet, y sobre ella hay una lámpara de los años ’20: apagada. Hay persianas; están cerradas. Se respira el polvo y la humedad en una casa en donde no entra el sol hace ya muchos años. Ethel se sienta en la mecedora.
Habla sola. Los años y la soledad crónica le enseñaron a ser ella misma su mejor compañía: emisora y receptora de sus propios diálogos.
Ethel: Me pregunto por dónde andarán todos aquellos seres queridos con los que compartí mi camino alguna vez: Robert, Alice, Dorothy, y… ¡Wayne… oh, amado Wayne! ¡Cuánto te extraño! Parece ayer que estabas a mi lado, leyendo el periódico mientras yo hacía las prácticas para el coro de la iglesia. Cómo añoro tus halagos a mi voz. Solías decir: tu corazón no bombea sangre; bombea melodías, de las más hermosas. O algo así como: mis oídos vibran de emoción al escucharte. ¡Oh, Wayne! ¿Cómo es posible que te hayas ido, que me hayas dejado? Contigo podía admirar la vida de una manera tan colorida, tan vivaz, tan completa, tan musical, tan perfecta… te fuiste y se apagó mi alma, y con ella, mi vista. La ceguera me invadió por completo. Te la llevaste para vendar mis ojos de las atrocidades, ¿verdad?, de la maldad, de la podredumbre del mundo. No sé si el mundo está podrido, pero sí lo estoy yo; me estoy desvaneciendo, estoy cada vez más metida para adentro, evitando el universo social y reforzando cada vez más mi mundo interior: en descomposición. ¡Te necesito! Robert nunca está en casa y sospecho que está imbrincado en un asunto turbio, oscuro, lúgubre –Cómo culparlo, con las desgracias que vivió: primero tú, luego su padre asesinado por dos matones a la salida del trabajo, y luego Ella…  mi querida Ella. En fin, Robert (hace una pausa, rogando que no le rueden lágrimas de sus ojos; se prometió a sí misma no llorar nunca más luego de la muerte de Wayne: tenía que ser fuerte): las pocas veces que viene a casa está rodeado de olores muy fuertes, mezcla de Brandy con marihuana- lo sé porque mis ojos ahuecados le ordenaron a mis otros sentidos que profundicen su percepción-.  ¡Oh, Wayne!, vivo tan mareada que ya no sé qué siento y qué no, qué huelo y qué no… prefiero dormir antes que hablar sola- tarea que se me hizo tan habitual-. Me siento como una hormiga intentando llevar alimento para su comunidad, pero que es pisoteada por pies humanos, gigantes ante el visor de la pobre criatura diminuta; aún peor: me siento una hormiga pisoteada por pies tan grandes, tan… pies que ni siquiera puede ver; tan sólo puede desesperarse y experimentar sufrimiento sin poder ver la causa de su dolor. ¡Oh Wayne!, mi voz ya no emite hermosas melodías; mi voz parece un instrumento viejo y desafinado. ¡Oh, Wayne, tan humillada y abatida me siento!
Apagón.
Ojos que sufren. Ojos que gritan. Ojos que abren otros ojos. Ojos que quieren ser vistos. Ojos retratados. 

Ojos que ven múltiples imágenes. Ojos que no logran recomponer escenas. Ojos desperdigados. Ojos que quieren ser ensamblados. 

Ojos que quieren ver por otros. Ojos encontrados en un pasado, en un presente. Ojos que quieren vislumbrar un futuro. Ojos que ya perdieron la esperanza. Ojos que denotan alegría. Ojos cargados de emoción. Ojos que enmarcan una realidad que quiere ser otra.
Ojos que no ven. Ojos que sienten. Ethel.



miércoles, 3 de noviembre de 2010

II H!i'tte [1]- Raíces


En el año 1903, Ethel conoció el mundo por primera vez. Sus grandes ojos se maravillaron ante los descubrimientos que se constituían en novedad permanente día tras día. El barrio en el que le tocó vivir era modesto, sin grandes lujos; pero la gente que vivía allí no necesitaba eso. La música, sobre todo el góspel y el blues, las reuniones comunitarias, las ferias que se realizaban cada vez que cambiaba la estación, eran suficientes muestras de un coeficiente de felicidad del pueblo que de ninguna manera puede decirse que era insuficiente. Los ojos de Ethel no pudieron retratar, ni siquiera denunciar la esclavitud de la que habían sido víctimas sus abuelos. Las variadas marcas en el cuerpo de ambos, la piel cansada, las miradas delatoras de experiencia, que parecían haberlo vivido todo, las arrugas que empezaban a encontrar un refugio cada vez más seguro a los costados de las vidrieras al mundo ya empañadas, eran los rasgos que los caracterizaban, así como a muchos otros abuelos que fueron víctimas de la misma explotación.
Ethel, sin embargo, protagonizó otra realidad. Sus ojos la condujeron por otros caminos; ella era nieta de la discriminación más aborrecible, pero hija de la educación y el intento de una vida digna. Mississippi por fin había emergido de las penurias más oscuras y lentamente estaba construyendo los cimientos que le permitirían ver la luz, que antes sólo era sinónimo de, como solía decir Alisa, la madre de Ethel, “el sol ardiente que ampollaba hasta la cabeza por luchar, pelear, remar, trabajar incesantemente, romperse las manos, las piernas… todo por conseguir un futuro mejor, que nunca arribaba”.
A partir de la década de 1900, a Mississippi le fue revelado un presente más tranquilizador. Fue un caramelo dulce luego de años de las hierbas más amargas, y a su vez saladas por las lágrimas. 1900 fue un momento de quiebre y de comienzo de un nuevo ciclo: se establecieron sistemas educativos sobre todo para las áreas rurales (donde vivía Ethel) para promover la alfabetización, se censuró el trabajo infantil, y la construcción de fábricas y del ferrocarril causaron el despegue de una economía que parecía que tenía fecha de vencimiento. En este contexto, la casa de Ethel solía estar inundada de olor a pastel recién horneado y embelesada por las bellas melodías que provenían del banjo de Raymond Henry, esposo de Alisa y padre de la criatura recién nacida.
Los años transcurrieron bajo la dicha y la economía fructífera. Sin embargo, entrada la década de los ’20, el suelo comenzó a tambalear y hacia 1927 se podía respirar en el aire tensión, crisis; parecía que todo estaba sujeto por hilos tan finitos que eran imperceptibles. Pero estaban; y evitaban que Mississippi y su estructura socioeconómica se descuajeringuen, se derrumben aún más. Hasta las estructuras más fuertes estaban frágiles; hasta las columnas de acero se habían convertido en caucho. Atrás había quedado el Mississippi de 1900. El cambio fue reemplazado por la inactividad, la economía fructífera fue reemplazada por la miseria, la educación y la seguridad mostraron su otra cara: la desesperación.
Una casa de aspecto precario, avejentada, venida abajo, era el hogar de los Henry. Solía ser blanca, pero con el pasar de los años se fue cubriendo de polvo: ahora era gris.
Ethel era presa de ese contexto, de este devenir que se veía manifestado en su lugar de residencia: Mississippi, su tierra natal, se ha convertido en el eco de la grandeza, de la restauración, del crecimiento. La depresión económica era en 1927, paradójicamente, moneda corriente. El ahogo económico y el horizonte cada vez más estrecho la exasperaron hasta tal punto que decidió tomar una decisión drástica: decidió partir junto con Wayne - su pareja de entonces y a quien recordó hasta el último de sus días- hacia Nueva York. Esta última sería una ciudad en la cual, según Ethel escribió en su diario personal de entonces, “pueda desarrollarme, desplegar todo aquello que acá no me dará frutos. Necesito salir del estancamiento y crecer, alejarme de un lugar en el cual mis antepasados fueron esclavos, y donde la pena puede llegar a tocarnos nuevamente la puerta. Debo independizarme del lugar que me dio la leche para comenzar a conseguirla yo con mis propios medios”. Sabiendo que no quería que su futuro se convierta en planchar y cocinar el día entero, y a pesar de la negativa de su madre, la muchacha juntó valentía, y se alejó de su tierra natal de la mano de su amado hacia la ciudad del vértigo, la sede central de los rascacielos.
La década de 1930 la encontró a Ethel perdida por los recovecos de la gran manzana, sin brújula, buscando trabajo en los más recónditos lugares, sin éxito alguno. Las palabras de Alisa comenzaron a resonar en la cabeza de la joven sin rumbo: “Nueva York, una ciudad de rascacielos, sí, de luces, de movimiento… ¿pero de oportunidades?  ¿De condiciones igualitarias, de derechos, de progreso? No lo sé, Ethel. Depositar toda la seguridad en la ciudad donde lo nuevo es sinónimo de éxito, donde los autos pasan tan rápido que ni siquiera puedes observar a las personas que hay dentro, donde el respeto y la reputación dependen de cuántas pertenencias tengas. Ethel, nunca te acostumbrarías a ese estilo de vida… ¿no sabes de dónde vienes? Mira a tu alrededor, observa tu vecindario, podemos vivir en la más lastimosa pobreza, pero ella no nos hace menos dignos; al contrario, nuestra comunidad se une para superar la desgracia, lo que nos toca vivir; todos nos ayudamos para salir adelante. Acá vivimos sin tantos lujos, pero somos personas sustentadas por valores, y eso es lo que más importa en este mundo cada vez más cambiante y caótico”.  
Una carta, sin embargo, de las tantas que intercambió con su amiga Dorothy, alojada en el barrio de Harlem, cambió de manera decisiva su camino, que parecía tan nebuloso como cuando partió de Mississippi. Ethel, junto con Wayne, se trasladó hacia el barrio del renacimiento[2], en donde ella comenzó a ser parte del coro de la iglesia Abyssinian Baptist Church[3]. Otra vez con un grupo de pertenencia fuerte, imbuido de sentido comunitario y en un barrio con aroma a pastel recién horneado, se sintió en casa, razón por la cual fue en Harlem donde residió cómodamente durante su juventud y hasta entrada en edad.
Fue en el año 1941, escuchando a Duke Ellington en el Savoy Ballroom [4]cuando Ethel rompió bolsa, razón por la cual el concierto de esa fecha no será jamás olvidado. La llevaron de urgencia al Harlem Hospital Center [5]en el cual dio a luz a su primera y única hija: Ella, quien años más tarde se casaría con Malcolm. El amor copulado daría un fruto: Robert.
Tanto Ethel como su familia vivieron una vida que se ajusta a los parámetros de la normalidad. Sin grandes sobresaltos, sin imperiosas sumas de dinero, pero con sencillez, momentos compartidos y buenas anécdotas familiares. Wayne trabajó durante 35 años en la misma empresa como administrador, luego se jubiló y con la plata recaudada durante sus años de labor incesante, pudieron vivir con comodidad y tranquilidad.
No obstante, a los los 72 años, a raíz del fallecimiento de Wayne, su marido, la invadió la ceguera y debió mudarse a Boerum Hill, junto con Robert, su nieto.
La última página del diario del que fue posible extraer los fragmentos de vida de Ethel, que han podido ser unidos en una trama, contiene la siguiente frase: “madre, el gospel y el sol ardiente de los campos de algodón siempre me recordarán la persona que soy”. Es ella la que motivó a Arthur Miller a producir una obra teatral en la cual se relataron las vidas de cinco inmigrantes provenientes de distintas partes del mundo y que anclaron en Nueva York. Ethel fue personificada como una de las 5 viajeras. He aquí un fragmento de la pieza de Broadway que llevó a la originaria de Mississippi a la fama, cuyas palabras dan a conocer a Ethel en sus últimos años.


[1] Término del dialecto Gawwada, de la región de Etiopía, cuyo significado es: Raíces. http://www.ikuska.com/Africa/Lenguas/vocabulario/gawwada/index.htm

[2] Durante los años de 1920 y principios de 1930 se desarrolló un movimiento afro-americano cultural y literario, que incidió en la música, el teatro y las artes, cuya consecuencia fue un despertar simultáneo y poderoso. La sede central de este florecimiento fue Harlem.
[3] Primera y original iglesia afro-americana de Nueva York, creada en el año 1808. Su establecimiento marcó un hito para el pueblo afro-americano.
[4] Salón bailable que llegó a su auge de popularidad entre 1930 y 1950. A diferencia de otros lugares del estilo del Savoy Ballroom, el último contaba con el acceso permitido para personas de tez distinta de la blanca.
[5] Centro hospitalario establecido en el año 1887, conocido por ser el más grande de Harlem. 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Ethel - "sombras de una vida"

I Pinceladas

Su apariencia me fue develada; sí. Pero con el tiempo la misma me fue borrada cual huellas en la arena que con el viento se subliman, como si nadie hubiese pisado ese suelo jamás. Recordaba, no obstante, sus rasgos más característicos: sus ojos caídos, poblados de arrugas, tal vez de tantos años de intentos de descubrimientos, de sucesivos amagues de develaciones, de concentrarse en la oscuridad más pura y abstracta para bucear en los océanos más subterráneos de su mente: espacio en el cual se alojaban infinitos armarios de colores, formas, texturas, experiencias: vida. Sus ojos, sin embargo, ahora sólo delataban el abismo, la nada, la noche en un intento de metamorfosis hacia el alba, hacia la imaginación de figuras, de lo concreto, de lo real.
Yo nunca fui una apariencia develada para ella. Yo sí la vi, la observé, hablé con ella y hasta comimos juntos un popurrí de comidas durante una navidad. Aquel encuentro se disputa entre los almacenes de mi memoria- que afirman que aquella navidad fue un hecho real-, y los delirantes peloteros en donde habita la imaginación, que traza rizomas con el objetivo de fundir la realidad y la fantasía en un gran bloque de arenas movedizas.
Tiempo después de aquel encuentro, volví al departamento de Ethel ubicado en el barrio Boerum Hill. Ethel ya no estaba, pero pude ingresar a su residencia de todas maneras porque le rogué a la nueva inquilina que me dejara entrar. Allí encontré su diario de vida, y a partir de él pude reconstruir parte de su historia.
ETHEL: su nombre es lo único que permanece en el tiempo, es lo que la define, aunque de ella en verdad sepa poco. Ethel podría ser una de esas personas con las que uno simplemente se topa en la vida. Sin embargo, Ethel no es meramente un recuerdo pasajero, no es una más dentro de la bruma de gente que uno llega a conocer. No lo es, porque tuvo y tiene una significación y una carga simbólica que hasta el presente no pude comprender del todo.                     
Lectores y lectoras: ETHEL.
                                                                                      Auggie Wren            

viernes, 29 de octubre de 2010

DUDA EXISTENCIAL


¿El sueño es realidad o la realidad es un sueño?
Habiendo reflexionado al respecto, seguí durmiendo.
Una pantalla totalmente negra invadió mis pensamientos. No estaba segura si me había quedado ciega o si un manto negro había decidido cubrir cada recoveco de mi memoria. Los recuerdos – si es que se llamaban así – habían sido formateados, a excepción de algunos que se vislumbraban en mi mente como espejos rotos desfilando en un museo de cosas perdidas.
La desesperación era tal que comencé a mover todo el cuerpo agitadamente, como esperando que mis memorias reaccionen, que se despierten, o que caigan copiosamente de algún lugar remoto a donde habrían ido a parar.
Sin embargo, el cuerpo lentamente me dejó de funcionar, y aquellas maniobras exageradas realizadas con el fin de llenar el espacio vacío que representaba mi cabeza, no pudieron ser más posibles. Mi mente no sólo había olvidado anécdotas antiguas, historias del pasado, sino que también se esforzaba por olvidar el aquí y ahora. Ante tal situación, me volví vulnerable. Cualquier intento de ser la operadora de mi propio ser, se tornaría inútil.
Decidí esperar. No obstante, cuando lo hacía borraba lo que pretendía hacer de la caja vacía que alguna vez había sido contenedora de pensamientos.  Seguí esperandoo; nada nuevo.  Pasó el tiempo; o eso creía. Ya me había olvidado lo que era el teipmo.
Sumida en el espacio, comencé a nadar en el horizonte de la nada; no tenía punto de referencia, el vacío era mi medio. No tenía a nadie cerca de mí. Seguí explorando esa tela negra que parecía no tener fin; su horizonte se trazaba cada vez más lejano a medida que avanzaba (o al menos eso creía que estaba haciendo). A pesar de estar convencida de estar habitando un eterno pasillo, nubarrones negros comenzaron a aparecer.
¿El cielo oscuro se estaría despejando? ¿Estaría presenciando la metamorfosis de ese cielo? Momentos después, los nubarrones trazaban caminos en espiral, modificando su forma, mostrando las más diversas ecuaciones geométricas emitiendo imágenes irregulares; hacían carreras de un lado a otro, confundiéndose en uno sólo, para después separarse y dibujar las más caleidoscópicas representaciones de sí mismas.
Quise tocar uno de los puntos negros difusos, que cada vez se separaban más para dar lugar a espacios blancos.  Estaba acercando mi dedo lentamente a una mancha negra que tenía la apariencia de una ficha del juego de las damas, cuando una corriente de aire comenzó a arrastrarme. En apenas instantes, me vi sumergida en un túnel transitando a una velocidad irrefrenable, sin saber adónde estaba siendo conducida. Cerré los ojos para evitar esa sensación vertiginosa que se estaba apoderando de mis sentidos.
              Abrí los ojos, pero mi vista estaba nublada.  Ahora estaba quieta, apoyada sobre una superficie calentita, pero arrugada. Cerré los ojos y los abrí de vuelta, para ver más claramente. El túnel negro había desparecido. Miré alrededor para jactarme de alguna señal que me indicara la existencia de nubarrones negros. NADA. En lugar de ello, vi caras que me miraban. Eran tres: Una mujer, acostada, observándome sonriente y con ternura, cuya mirada traslucía un afecto incomparable; al mirarnos nos entendíamos, como si nos conociéramos de toda la vida. A su lado, un hombre de aspecto jovial, ojos claros y barba candado, alternaba besos a la mujer con morisquetas dirigidas a mí, cargadas de dulzura. El último personaje de la escena también era un hombre, pero este, a diferencia del otro, ofrecía una imagen de extrañeza. Su cuerpo estaba cubierto por una tela celeste, su boca estaba tapada por una especie de red blanca, sujetada por dos elásticos blancos que pasaban por detrás de sus orejas, y su pelo estaba abrigado por una tela celeste similar a la que protegía su cuerpo. Una de sus manos contenía una herramienta sofisticada, difícil de describir, y la otra me sujetaba a mí. No sabía exactamente por qué, pero yo sentía que debía agradecerle. A pesar de querer hacerlo no pude, ya que me trasladó tapada en una suave toalla blanca hacia donde se encontraba acostada la mujer.
               Cruzamos miradas. Mi imagen se reflejó en sus ojos. Quise hablarle, pero una pantalla negra volvió a cubrir mi mente.
              María se despertó. Había dejado de soñar. 

lunes, 25 de octubre de 2010

Caleidoscopio

Colores. Invasión de una paleta que no se cansa de desplegar rayos de luz reflejados en cuerpos diversos.
Giro. Me canso. Giro. Un balde de pintura se resbala. Y pinta. Pinta incesantes brochazos. La pintura es acuarela. A través de ella se hacen traslúcidos nuevos cuerpos, nuevas imágenes.
Giro. Imagen. Nueva imagen. Nuevas expresiones dibujadas. Nuevas representaciones. Nuevo... muevo…
Espejo. Ecuación compuesta por colores, luego de giros, brochazos, y asomo de imágenes antes escondidas con tinta china. Resultado: espejo. Asociación. Diapositivas del pasado. Un pasado integrado en el presente a través de historia y continuación.
Ciclo. Termina algo. Empieza otro algo. Renovación. Comienzos. Oportunidades. Tradición. Preceptos. Torbellino de libros. Imágenes. Definiciones. Instituciones. Integración. CALIDOSCOPIO.
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Nunca. En ningún momento. Jamás. Utopía. Estoy en la ruta. Veo un charco. Quiero alcanzarlo. No puedo. Acelero. No llego. SPLASH. Lo espero, pero no se escucha.
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Cambiar. Nunca. Impotencia. Veo una caja. Me pregunto qué hay adentro. Una hormiguita. La misma lucha por salir y llevar su hojita para el resto de la comunidad. Se disputa contra las murallas del duro objeto. Cambia de posiciones. Gira. Se cae. Vuelve a comenzar. 
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Giro. Hielo. Corteza dura. Nada cambia. Todo es estático. Se produce un corte. Destrucción. Color: negro.
Giro. Volcán encendido. Arte. Música. Creación. Efervescencia pura. Un balde de pintura se resbala. Y pinta.
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Charco encontrado. Legado. Transmisión. Continuación. SPLASH. Brochazos. CALIDOSCOPIO
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Números, letras, guiones, tildes, mayúsculas, cursivas.
Retiró sus ojos de la PC, luego de horas de mirarla. Pasó por distintas expresiones, sonrisas llenas de satisfacción, enojo demostrado en dientes apretando el labio inferior, suspiros exhalados propios de placer. Ahora, sin embargo, solo podía pensar en terminar su trabajo, apagar la computadora e irse a dormir, cerrar los ojos y ser transportada a un lugar hermoso, con un sol radiante, un cielo celeste, pasto verde, con un aroma de esos que llenan los pulmones y te hacen sentir libre, y un espejo de agua en el cual se vieran reflejadas todas las maravillas de la naturaleza.
Números, árboles frondosos, letras, espejo de agua, guiones, nubes en forma de mariposas, tildes, flores y colores, mayúsculas, sol radiante, cursivas, comas, comillas, “trabajo práctico numero 6”, punto final. Apagar. Paz. 

sábado, 23 de octubre de 2010

ANIMALES EN ESPEJO

El perro es el mejor amigo del hombre. Eso lo saben todos: el perro es el más fiel, amistoso y leal de todos los animales.
No sé quién habrá divulgado semejante pavada: al perro hay que comprarle su bolsa de Pedigree, hay que sacarlo a pasear cada determinada cantidad de horas-o en su defecto, llamar a un paseador al que hay que pagarle una suma de dinero-, hay que tener siempre disponible para él un recipiente con agua para que no deje de estar hidratado, hay que bañarlo, cuidar de su salud bucal. Ah, y hay que bautizarlo: los históricos son Beethoven, Snoopy, Pluto; las mujeres por lo general reciben los nombren clásicos de Lola o Laica (esto quiere decir que usted en parte decide de qué manera designar a su mejor amigo; actitud bastante despótica si tenemos en cuenta que su mejor amigo no decidió cómo apodarlo a usted). Piense detenidamente en las características que reúne el perro arriba señaladas. Reflexione acerca de la cantidad de plata invertida en su amigo. Lo noto con el ceño fruncido. Aún así, necesito que  profundice  todavía más  su pensamiento: ¿tanto tiempo invertido en el cuidado de su amigo, para que él le retribuya en forma de saliva? imagínese esta situación, quizás le resulta conocida. Por fin juntó el dinero para comprar esa casa que tanto deseaba, a la que pudo colocarle esa alfombra color crema que veía hasta en sueños. Llegó el día de mudarse, y junto con usted, trasladó al perro, a quien no se le ocurrió mejor idea que hacer alguna de sus necesidades en nada menos que en su añorada, espectacular, reluciente alfombra color crema.
 ¿A usted le parece que ESE es su mejor amigo? Piénselo mejor.
Sin embargo, este artículo, más allá de ser el causante de sorpresa, disgusto, caras encolerizadas, y alguna que otra lágrima para todos aquellos declarados mejores amigos del perro, viene a preguntarse dos cuestiones que a mí entender son fundamentales.
Empecemos por la primera; ya llegaremos a la segunda-que viene de arrastre de la precedente-: ¿por qué la gente se compra perros cada vez de menor tamaño?
¿Quieren demostrar que son superiores a sus mascotas, manifestar su grandeza por sobre la diminuta criatura a través del tamaño?
Intenté entender el asunto desde la perspectiva de la belleza, de la estética. No obstante los múltiples esfuerzos, no he podido hacerlo. Los perros de tamaño microscópico de la gama del perro Jazmín de Susana Giménez son feos: hay que aceptarlo de una vez por todas.
Este tema me inquieta de manera considerable, sabiendo que las calles porteñas se encuentran cada vez más pobladas de estos peludos cuya existencia pasa desapercibida, a no ser por los ladridos (o más bien chillidos) extremadamente agudos que los mismos emiten.
Señores y señoras: tengan cuidado la próxima vez que se topen con un perro de estas características, porque es muy probable – dado su partícular tamaño- que no los vislumbren (más si son porteños o residentes de Buenos Aires, sobre todo de la capital, hace ya algunos años, debido a que solemos caminar mirando siempre para adelante, intentando llegar lo más temprano posible hasta al kiosco).   
La segunda moción de este escrito se refiere a aquellas personas que se compran perros idénticos a ellos mismos. Ahora bien, he aquí un dilema: ¿se compran perros iguales a ellos o los van transformando paulatinamente de modo que sus mejores amigos parezcan sus hijos?
El objeto de este aguafuerte no es de manera alguna un tópico para subestimar. Por el contrario, es común para el ojo del transeúnte bonaerense ver pasar a estos personajes espejados en sus perros, o a sus perros espejados en sus amos sobre todo en barrios con parques: desde Belgrano, pasando por Palermo con su elegante Rosedal y llegando hasta el famoso barrio del Once y su Plaza Miserere.
Señor-señora lectores: agudicen su percepción, afilen sus cinco sentidos, presten más atención de la acostumbrada cada vez que salgan a caminar por las plazas, porque es muy posible que se crucen con estos personajes. Y tenga cuidado, porque ya lo advertí, existen perros muy pequeños, más de lo que usted puede llegar a imaginar.  

miércoles, 20 de octubre de 2010

CRÓNICA DE UNA TARDE

Pasaron diez años de la muerte de Marina. Guillermo se encuentra desesperado ante la noticia de que el asesino de su mujer habría quedado en libertad por un ¡tecnicismo!
Prende un cigarrillo. Las pitadas no le alcanzan; no logra evaporar los nervios que se apoderan de su cuerpo. Camina de un lado a otro de la habitación que alguna vez había compartido con el amor de su vida.
No hay calma… Recurre al whisky; con manos temblorosas apenas logra servirse un vaso.
Pasan las horas y aún no se tranquiliza. A pesar de los sucesivos intentos, Guillermo no puede escapar de la imagen que atormenta su mente: Hernández libre, caminando por las calles porteñas, quizás las mismas que él transitaría.   
Estalla. Esto es demasiado. Tiene la vista nublada, producto del alcohol ingerido. Intenta pararse de la silla no tan cómoda que lo contenía. Le cuesta; debe recurrir a una columna para no caerse. Debe arribar al teléfono para hablar con su amigo incondicional, quien ofrecería sin duda una vía de escape a su aquejada cabeza.
El sufrido se frota los ojos para observar claramente los números del teléfono ubicado delante de él. Logra comunicarse. Cita a Diego a las hs. en el bar de siempre, asumiendo que los únicos clientes serían ellos, y que Horacio les prepararía un café chico a cada uno; como era usual. 
hs.: se encuentran. Guillermo no suele mostrar afecto, pero esta vez abraza a su amigo casi por impulso. Abren la puerta del bar que solía ser solitario. Esta vez la multitud los marea; divisan una mesa en la sombra de un rincón; no dudan en ocuparla.
Guillermo se desploma, es protagonista de confusión, bronca, cansancio, ganas de gritar. Diego lo consuela; sabe que de la justicia argentina no se puede esperar mucho; ¿qué haga las cosas bien?, olvidate.
Horacio saluda a los muchachos y se compromete a llevarles el habitual pedido.
"En Horacio se puede confiar, los pedidos que se le hacen se concretan… ¿por qué no hay más dirigentes como Horacio?", piensa Guillermo mientras se moviliza hacia al baño.
Parálisis. Cara pálida. Falta de aire. El viudo no sabe qué hacer.
"¡Es él!", exclama para sus adentros. No quiere hacer un escándalo porque de nada le va a servir. Se olvida de sus necesidades fisiológicas y vuelve con su amigo. Le falta el aliento, le escupe a Diego que ese asesino hijo de puta está en el barcito al cual va a tomar café hace tantos años.
hs.: el autor del crimen que le cambió la vida a Guillermo sigue ahí, sin una gota de culpabilidad; riéndose con una rubia a la que seguramente también agotará sueños, proyectos, deseos.
hs.: Guillermo y Diego siguen debatiendo cómo hacer para vengarse, o al menos expulsar la rabia de adentro del pecho. ¿Perseguirlo, matarlo, golpearlo con todas sus fuerzas? ¿Conseguiría de esa manera librarse del dolor que lo oprimía?
hs.: Guillermo no es conciente de lo que está a punto de hacer. Aprovecha esa inconciencia. Agarra una botella de vidrio. Amenaza a Hernández con pegarle. Todavía un poco mareado, no logra golpear ninguna parte de su cuerpo. Deja caer la botella para empezar a  pegarle con sus propios puños. No sabe cuántas veces envió sus manos al cuerpo del criminal, pero tiene la certeza de haberle hecho daño. Agarran a Guillermo por atrás. Toma conciencia: es la policía, que empuja con fuerza para separarlo de Hernández y así resguardarlo de la violencia.

¿Hernández, yo? Lo que me falta. Lo único que sé es que un loquito empezó a amenazarme y a pegarme. ¿Qué le pasa a la gente? Yo sólo fui ir a tomar un café con mi hija simplemente para hablar, para distendernos. La sociedad está cada vez más envalentonada, más caótica; los individuos agraden sin razón.
Después me enteré que el loco que me atacó de la manera más violenta se llamaba Guillermo, que estaba acompañado por su amigo Diego y que a su esposa la había matado un tal Hernández.
Esta nota no es para asustarlos, es simplemente para advertir a ustedes, ciudadanos, que circulen con precaución, porque hay cada vez más paranoia, más gente que necesita terapia, pero los psicólogos no dan a basto ante tal panorama de locura.
Esta es mi historia de la semana, espero que no se les repita.

Santiago Parulo, periodista.

Radio “De Pelos”, sección “historias semanales”,  conducida por Santiago Parulo.

martes, 19 de octubre de 2010

HOJAS OTOÑALES

Al fin se pudo desprender de aquella estructura creada por la madre naturaleza a la que había estado pegada por años. ¡Había llegado el momento en que la libertad podía ser apreciada en su mayor magnitud! Pájaros, barriletes, vértigo, mariposas, ramas, mareo, cabezas, hombros, rodillas, hormigas. Dolor...

DUDA EXISTENCIAL

¿El sueño es realidad o la realidad es sueño?


Habiendo reflexionado al respecto, siguió durmiendo.

ECLIPSE

Raqueta en mano izquierda. Pelota en mano derecha. Ovación. Adrenalina. Pelota en el aire.
Arriba; cada vez más arriba. Sol brillante.


Sombra.

lunes, 18 de octubre de 2010

MATCH POINT

La pelota, todavía en el aire, dudaba acerca de su destino. Una ráfaga de aire sopló violentamente; el rebote de la pelota dubitativa en la superficie delimitada hizo eco de su final.

Capítulo uno.


Expresiones, declaraciones, y enunciados muy divergentes son los que se encuentran en la red de redes, en la masividad de papeles expedidos diariamente, y en el fulgor de opiniones, ideologías y posturas de habitantes de las más diversas partes del mundo.

Nos extrañamos al ver seres humanos de costumbres diferentes a las que nosotros estamos acostumbrados; cruzamos de vereda al observar "algo raro" en el otro que se nos aparece; vivimos con miedo a lo que no se nos asemeja, ya que eso implica un desafío, requiere del entenderse a través del derribar una barrera de códigos que se nos planta cual pared metálica.

¿Por qué la diferencia crea distancia? ¿Tal vez porque huimos a la idea de identificarnos con el otro que a simple vista parece tan distinto? ¿Quizás porque tenemos temor a encontrar en nosotros cosas que todavía no descubrimos? Quizás porque al abrir los dos ojos un poco más que siempre, descubrimos que nuestras prácticas también son extrañas, pero son parte tan cotidiana de nuestras vidas que nunca nos las cuestionamos. Esto significaría que la otredad es nuestra y que ella es la condición de nuestra unicidad.

Mi propuesta es mostrar mis propias creaciones, que provienen del extrañarme ante la vulgaridad del mundo que se sucede ante mis ojos. La vida en mi opinión es caleidoscópica y a través de este blog, mi deseo es ofrecer por lo menos una fracción de ese caleidoscopio que cambia su forma en el día a día, y que no hace otra cosa que maravillarme.  

Magalí B.